Miedos

Tan solo dos semanas y ya celo el brillo de tus ojos cuando conducen tu mirada lejos de la mía. En silencio me pregunto cuantas bocas recorrieron ya tus labios. Se destapa el fantasma de mi vida ante tu presencia perpleja que intenta reconstruir el castillo de naipes que el tiempo va deshaciendo. Irremediables son ya las palabras de consuelo, el surco que dejan tus dedos en mi piel en forma de caricias, cada beso. Llegas tarde si quieres evitar el peso que deja una nube al caer, precipitándose colina abajo, atormentando como la lluvia que salta por error en un teatro. El tiempo se ha deshecho de tal forma entre nosotros, que podemos medirnos más en proyecciones que en horas juntos. Y aún así sigo sintiendo el anhelo de arrancarte la piel para ver qué hay dentro, de desdibujar los límites de mi cuerpo con el tuyo, de rozar tus pies en la noche y escuchar el murmullo de tu pensamiento que se acerca y se aleja de mí como la orilla del mar en enero. Si me prestas un pedacito de tu alma me lo guardo bien adentro, allí donde se guardan los besos cazados en el aire con los dedos. Si me prestas un pedacito de tu confianza me voy lejos, y te llevo donde nadie ha mirado antes tus secretos, por aquello de lamerse las heridas y construir sobre cimientos nuevos. Miedos. Nos sofocan los nudos en la garganta y nos tambalean los miedos. Pero entrelazamos las manos con palabras y las promesas calladas soportan el peso de las dudas, tendemos puentes medievales de piedra cubiertos de hiedra y de esa flor cuyo nombre nunca recuerdo. Y por ellos paseamos sin soltarnos, sorteando las arenas movedizas de nuestro pasado, ayudándonos a cada paso, sonriendo. Llenas de color mi templo y en tu ausencia descansa la huella que en mí vas dejando. La acaricio y con ella subo hasta el cielo infinito desde mi ventana, inhalando tu perfume en cada tecla, suspirando por ver de nuevo brillar tu luz junto a la mía. Sin olvidar que sin ti no se apaga pero contigo escojo que prosiga iluminando el sendero de mi vida.

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