A mi padre

El rumor de tu trazo me conduce a la ensoñación de mi infancia. Tu perfil se recorta exactamente en el mismo rincón sombrío y las cortinas gastadas evidencian el paso de los años. Refunfuñas inmerso en tus pesquisas, siempre teñidas de un tinte misterioso. Sea lo que sea que traes entre manos, se queda contigo a medio contar, a medio callar. Sé que nunca llegaré a conocerte,  aunque siempre que te leo puedo reconocer los tópicos que te definen. Pero lo más insondable de tu alma sigue sombrío como tú rincón, a media luz de balcón, a medio halo de humo impregnado en estas paredes, a medio lápiz mordisqueado, a media exhalación. Nunca llegué a tocarme las manos fundida en tu abrazo y ese detalle es de las pocas cosas que nos conectan. Quisiera dibujar tu silueta de espalda para recordala aunque sea esa la imagen más vívida que tengo de tí. Imponente, irascible, delicado como una hoja seca de otoño en medio del bosque de hayas. Tu presencia siempre me produce un sabor agridulce de temor y admiración. La misma que tu padre provocó en tí, la misma que yo transmito siendo puramente tu hija. Con cautela espero que me concedas la palabra, aún sabiendo que la juzgas antes de ser pronunciada. Con esfuerzo me escuchas  y me pierdo intentando argumentar lo que tu mirada inquisitiva desmonta. Un pequeño giro en el discurso basta para despertar tu bestia incontrolada, una improvisación repentina basta para desarmarte. Y sentarse a esperar que te recompongas peligra la caída del sol. 
Eres así, genuinamente así. Y cada vez me veo más reflejada en tí, y poco a poco voy comprendiendo que tus manos definieron mi ser y que tu huella es irrefutable. Que lo más cerca que voy a estar de tí es en lo más profundo de mí.

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