Amor

Pienso en ti y en el vaivén que caracteriza mis estados. En cómo debes de percibir mis gestos alejados cuando se refieren a alguien distinto. Mis atrevimientos enmascarados entre el humo del cigarro. 
Vacilo entre decantarme por la perplejidad de tus dedos cansados o por la certeza de que captas lo que esconden los míos asustados. 
Titubeo sobre dónde llegan mis ensoñaciones a encontrarse con las tuyas, sobre si de verdad se unen en un punto de fuga, o si tan solo nos dejamos llevar como la hoja de otoño que revolotea hasta perderse transparente en el bajo bosque.    
Los surcos de confusión, los hábitos, el patrón, se enmarañan en mi mente hasta tambalearme y obligarme a tocar el suelo. Me convenzo de que no quiero llegar primero. Retengo la palabra prohibida, la maldición de las doce, la manzana mordida. Soy esclava de mi propia ofensiva. He perdido el rumbo de la misiva y aún así me mantengo a flote. No sé qué pensar porque mi propia mente me enreda en su conjuro: la estancia de los espejos. 
Y de nuevo mi reflejo que no sé si ves mientras miras o si lo estás fijando. Me atrevo a interpretar tus jugadas porque las confundo con las mías y eso me aterra. Realmente me paraliza y por eso reculo hasta tocar tierra firme.
Mi rincón me acoge sin reproches y en ello intento transformar mi ira. En un rincón libre de juicios donde poder tumbar nuestros latidos al sol, donde sumergirnos sin temor, donde yacer ambos unidos en la luz que emana de la fuente más poderosa, que trasciende todas las dimensiones, que no entiende de lugar ni de tiempo, que domina las mareas del mundo, que me resuena en el estómago despertando un sentimiento profundo, que lleva escrita mi mirada clavada en tus ojos. 
Amor.

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