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Luna tenue y naranja

He salido a pasear para ahogar este calor de agosto en la ciudad y la luna me ha sorprendido tenue y naranja. Sin quererlo, mi mente se ha transportado a aquélla noche sin luna que pasamos en vela y me he preguntado qué estarás haciendo, si estarás viendo la misma estampa que yo.  Entre la muchedumbre he sonreído con los ojos cerrados y en el pecho he sentido esa sensación de plenitud que me llenó durante todo el vuelo de regreso a casa, después de aquéllos días de isla. He vuelto a constatar que esa noche en vela fue lo mejor del verano y que me enamoré de ti un poquito. No me pesa reconocerlo, todo lo contrario. Fuiste como una de esas lágrimas de San Lorenzo que dejaban halo en el cielo y caían lento pero fugazmente.  Si me concentro, aún soy capaz de sumergirme en tus ojos de mar abierto, con ese tinte de misterio que esconden los arrecifes de corales o las praderas de posidonia en sus entrañas.  Nuestra conversación bajo el imponente espectáculo astral (que no austral) fue como la

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