Se avecina

He notado la sensación de calma antes de la tormenta. Me he detenido en la cumbre vislumbrando el precipicio y sintiendo la brisa fresca en la cara que precede al salto. He posado mis pies sobre el punto exacto donde se bifurcan dos caminos deleitándome en el segundo previo a escoger por cuál de los dos seguir. En ese instante de plenitud he llenado mis pulmones deseando que el aire nunca salga de ellos y lo empape todo de oxígeno. pero la vorágine del tiempo es imparable y el agua se empecina en seguir su curso por cualquier rendija que se tercie. Ahora sólo se escapa un fino hilo, el nacimiento de una cascada, las primeras gotas. Preveo que la corriente formará un socavón impracticable, una herida en la roca que se avecina irrevocable aunque, por ahora, tan solo sea un charco que inicia a formarse en el suelo. Y los nervios me encrespan el bello de la espalda, acompañando cada una de mis vértebras en el cometido de mantenerme erguida durante la lucha contra la fuerza del agua que golpea mi nuca encorvada. Cada vez más me cuesta mantener la vista derecha, y del cielo ya no recuerdo el color. mi vista se nubla ante la pesadez de la impotencia y mi grito rompe las cuerdas desafinadas de mi garganta manchada de ceniza. Esperar, esperar mientras se van hinchando las venas, tratando de mantener el corazón al galope con la boca cerrada. Si me descuido se me derraman los ojos y los pierdo de mirarte. Tus labios son mi único consuelo. Se van a desbordar las hojas del otoño en la rama, se van a quedar los troncos desnudos tiritando, se van a marchitar las flores sin haber visto la luz del alba. El torbellino está a la vuelta de la esquina pero yo sigo saboreando esta extraña calma envuelta en un silencio tan triste que lo tiñe todo de escarlata. Como la estampa desgastada de lo que una vez fue una sonrisa estampada en mi cara.

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