Palabras bajo un rayo de sol encadenado

Tímidos florecen los brotes verdes de la sequedad temprana. Parece que el trajín da una tregua y los pájaros celebran el aire azul cantando. Nadie comprende quién se beneficia de esta locura desbordada, pero hay alguien. Hasta el payaso agacha la mirada y sustituye su nariz roja por la fría máscara. Supuestamente, el contagio no atraviesa tal fantasmagórica cobertura, pero la verdad es que nos tiñe a todos de un tono enfermizo. La sociedad colapsa en su constante intento de evolucionar. Las personas, estupefactas, sentimos el golpe del frenazo en seco de la inercia. Con este vacío brusco aflora la evidencia del asfalto que todo lo cubre: el árbol reflejado en los adoquines, la sombra cortante de los inmuebles, el brillo del sol en las chapas de las cloacas; muerte. Una palabra que por mal conocida asusta y que construye el discurso del que todos huyen. El pánico impera y la dificultad de respirar se nos mete en el cuerpo. La increíble capacidad de empatía nos sorprende cada noche en los aplausos. Aplausos de un pueblo tan dominado que vendería el alma de su hermano por un puñado de fama. Solidaridad únicamente porque a mi también me queman las ganas de abrazar a quien amo. Solidaridad que caerá con las máscaras en el olvido más mundano apenas brille de nuevo la cima del capitalismo robotizado. Las palabras cálidas, las miradas cómplices, las sonrisas forzadas se teñirán de silencio, de desprecio, de indiferencia, y la patrulla del estado velará para que el individualismo y el letargo sigan siendo la principal pandemia de la humanidad.

* Cualquier día de marzo de 2020 *


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