El olivo

Poderoso el olivo atraviesa el asfalto con sus raíces, en un ademán de partir, olvidando un pasado anclado en el recuerdo de alguna despedida que nunca terminó. Pareciera que bajo los adoquines extiende su ser queriendo alcanzar el incesante repiqueteo de una fuente que, con mala fe, la desdicha puso delante de él: a una distancia suficiente para sentir su frescor y quizás hasta un aliento de vapor en el tronco, pero insuficiente para entregarse a beber su infinito elixir. Una escena inquietante, un instante congelado. Un cuadro viviente culminado por los destellos del sol entre las ramas del árbol. Atraídos por el poder de tan poderosa escena, los transeúntes se cruzan despistados inventando cada vez las huellas que van dejando. Pero todos ralentizan el paso al percatarse del impetuoso olivo. Su presencia irradia un poder casi imperceptible, el esfuerzo por abrirse paso hacia la siguiente vida. Mientras la rueda sigue girando, él permanece soberbio en su heroico acto. El de aceptar su condición de árbol anclado pero sin rendirse a la lucha por llegar al más profundo de sus anhelos.

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