un ratito para mí

Cada una de estas almas son mi alma. Miles de reflejos en la roca. Reflejos de la realidad, ese inmenso mar que flota sobre la superficie rotunda. Como en la caverna de Platón, solo un marinero llega a comandar su barco, luchando contra viento y marea consigue girarse sobre sí mismo y contemplar la luz que permite el reflejo. Los demás seguimos danzando sobre el acantilado, mecidos por el brillo que las olas destellan, sonámbulos. Sumidos en la ilusión de nuestra propia persona. Entretenidos con la manera en que las demás construyen su cueva. Algunas de ellas tan acogedoras, tan únicas, tan originales que nos parecen reales y nos atrapan. Quedamos tan ensimismados con la fachada que olvidamos el vacío tan profundo que esconden. Cada una de estas almas lucha por mantener su estatus en el mundo, el sitio que me toca por haber nacido en él y que nadie me lo arrebate. Ilusión tras ilusión, nos vamos enredando en el tiempo. El tiempo nos enreda, y los ciclos se suceden, y los años se los llevan. Sin darnos cuenta nos hemos perdido en el laberinto de la caverna. Unas veces, tan placenteros son los charcos donde nos sumergimos por un rato...; otras, la marea nos sacude enfurismada en una tormenta. Luego, todo pasa. Y la calma llega. Y somos capaces de navegar en la calma, contemplar el amanecer y respirar. Aunque seguimos por el oscuro andar del viajero perdido, ya podemos darnos con un canto en los dientes y, al menos, dar gracias por estar vivos y buscar de nuevo otro ratito de paz que ilumine tímidamente la confusión de nuestra alma. 

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