Puerto

 Los puertos tienen algo romántico. 

La posibilidad inminente de zarpar a cualquier lugar. 

Una fantasía intrínseca en cada barco que amarra y parte, pero que nunca lleva consigo al espectador que sueña en tierra firme.

El alma anhela perdiendo su mirada en el horizonte repleto de gaviotas.

Se difuminan las siluetas de los buques que ya partieron hace horas y lo bello está en verlos desaparecer para siempre.

La nostalgia que despiertan los puertos es ficticia, pues quien se detiene a observarlos no planeaba antes su partida. 

Se ve inspirada, quizás algo nunca previsto, pero luego se vuelve y sigue su camino de espaldas al muelle.

La vida prosigue y la ilusión del viaje se acomoda en las escaleras de piedra que llevan hasta el agua, esperando volver a meterse dentro de un transeúnte.


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